by G
Despertamos en la cabaña junto a un fuerte desayuno (budín, yogur, cereales, café, medialunas y tostadas) con el sol pegando en la ventana, la montaña y el viñedo que nos rodeaba.
A las 10:30 encontramos la plaza de Cachi vacía, pero no dormida. De fondo y a todo volumen sonaba una chacarera que despertaba a todo el pueblo. Resulta que caímos el día en que se festejaba el aniversario del Cuerpo de Infantil de la Policía.
Después de poder despegar a B de las marchas militares, el himno nacional y el himno a las Malvinas, fuimos a visitar la parroquia de San José. La misma data del 1600 y tiene la particularidad de tener sus techos y altares de cardones. A B le dio miedo el señor que estaba "ahí todo muerto". A mi también.
El recorrido nos acompañó de unas seguidillas de preguntas que incomodaron tanto a L como a mi. Entre ellas "por qué el señor tiene un vestido?" :S
Luego pasamos por el cementerio cuyo encanto principal se centra en sus coloridas (aunque de plástico) decoraciones florales que realizan sobre las tumbas. Claramente esto también generó una serie de preguntas incómodas. En el podio, preguntaron cómo se abren las tumbas y qué pasa si las abrimos. Obviamente sumando al clásico "que pasa cuando uno se muere" y "qué pasa si uno se muere en el cementerio". Esta última me descolocó.
Podríamos decir que C profano una tumba al llevarse una de las flores. Si bien sabemos que no corresponde, nadie de los que estaba ahí se levantó para ponerse firme con la más chiquita.
Después del paseo necrológico paramos a comer en la hostería del ACA. Salvo las empanaditas, todo lo demás fue no tan regional (lomo con puré y un "entrecot" con papines).
El lugar está sobre una colina, con vista al pueblo, donde se escucha el suave cantar de los pajaritos.
Mientras los chicos se fueron a los juegos y yo me quedé solo atrás esperando la cuenta, pude reflexionar sobre la paz que tenía el lugar.
Fueron unos 3 minutos maravillosos.
Maravillosos.
A las 14:30 iniciamos el camino a Cafayate. Tomando la RN40, camino de ripio y un escenario que se fue transformando cada vez más blanco. Una zona árida, de colores ocres grises claros casi blancos. Estamos hablando de la Quebrada de las Flechas. ¡Un verdadero espectáculo en el camino! Nuevamente estábamos fuera de la tierra. En este caso, estábamos navegando por la luna.
Llegar a Cafayate fue subirse a una ruta en perfecto estado, chocar con kms y kms de viñedos y formaciones rocosas de un rojizo intenso de fondo... los Valles Calchaquíes.
Llegar también fue encontrarse con una rueda reventada. El viaje por la RN40 se llevó una baja más. Por suerte nos permitió llegar a Cafayate y quedarnos con el auxilio hasta conseguir un rodado nuevo.
La comparación entre Cafayate y los pueblos que venimos viendo es notable. Nota ser una ciudad más grande, ordenada. La plaza central fue modernizada hace unos meses con pisos nuevos, canteros y farolas.
Para terminar la noche fuimos a la Casa de la Empanada. Terminamos la noche con unas ricas empanadas, con un vino de la bodega Nanni y un señor de grandes manos, tez oscura y un dejo de perfume etílico que junto a su guitarra entretuvieron a los niños.
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