Hoy dormimos! Tras los 16k pasos de ayer y con un itinerario más relajado para hoy, decidimos levantamos sin despertador. Y así fue que dormimos hasta sentir la mirada de la primera persona que llegaba a las oficinas de enfrente. Nuestro dto daba a un call center y las ventanas no tenian cortinas.
Desayunamos tarde y recién salimos al ruedo pasadas las 11:30. El bus 800, por la módica suma de 7.4 CAD nos llevaría a los 4 hasta la Chute du Montmorency. El trayecto en el moderno bus con aire acondicionado invitaba a relajarse y mirar por la ventana. En el camino no dejó de llamarme la atención los techos metálicos de las casas en forma de campana que parecían sombreros curvos. Como si cada casa hubiera decidido ponerse un gorro francés de zinc para aguantar la caída de nieve del invierno.
Chute du Montmorency es una cascada rodeada de un parque que permite observarla desde distintos ángulos. Nuestro vehículo nos dejó en la parte alta donde pudimos observar la calma del río. Calma que se rompería dramáticamente cuando esos 130,000 litros por segundo se lanzan al vacío en una caída de 83 metros para luego impactar contra el fondo rocoso como el rugido de mil motores.
Ver semejante espectáculo me produjo un doble sentimiento. Por un lado, esa sensación de pequeñez y fragilidad ante tal majestuosa cantidad de agua golpeando contra las rocas. Por otro, la sospecha de que tal asombro se va a ir diluyendo a medida que vayamos sumando cascadas al recorrido. Para este viaje, esta es la primera de nuestra larga lista de cascadas que nos cruzaremos en el camino. Algo que nos ocurrió en Roma al ver la iglesia número 21.
Luego iniciamos la bajada hacia la base y tras descender los 437 escalones llegamos donde el agua te salpica, pero se forman los arcoiris. Aprovechamos la comodidad de unos banquitos para hidratarnos y reponer energías. El sol, como los últimos días, se hacía sentir.
Para la vuelta a la cima teníamos el camino del peligro: una cuesta larga y empinada volviendo a subir los 437 escalones. Y como ya todos saben, en una cruzada, el camino correcto siempre es el del peligro.
Bueno, siempre salvo cuando viajás con 2 infantes cuya intensidad extrema hace que ese peligro se magnifique exponencialmente. Es ahí cuando, en uno de tus escasos momentos de lucidez, recibis un cachetazo, te transformas en un burgués, y te terminas pagando el costo del teleférico para disfrutar de un suave ascenso en familia.
Desde lo alto, la caída del agua te produce un efecto hipnótico que te hace creer que el flujo te va abduciendo. Es imposible no quedarse ahí parado, hipnotizado por esos miles de litros cayendo hacia el abismo.
A la vuelta pasamos por el súper, compramos provisiones y nos fuimos a comer y dormir tempranito.
Mañana sigue la aventura en Quebec!
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