Hoy es nuestro último día en Québec, el sol y sus 25 grados nos acompañan nuevamente en la jornada. La situación ya está empezando a pasar de amarillo a anaranjado. Los 3 pantalones largos que traje siguen perfumando la mochila, mientras que la bermuda está cambiando lentamente de color. Por ahora creo que tenemos margen.
Para las 9:45 abandonamos nuestro depto en Québec y resolvimos dejar nuestras mochilas grandes en un lugar de guarda cerca de la estación de tren. Lugar al que deberíamos volver antes de las 17 ya que nuestro tren de regreso a Montreal tenía como horario de salida las 17:50 hs.
En la caminata aprendimos que cuando en la mayoría de los lugares los botones para cruces peatonales son meros controles de ansiedad, acá si no los apretás, se skippea el cruce peatonal... Esto quiere decir que podes estar parado en la esquina cual imbécil esperando cruzar, hasta que finalmente venga alguien y aprete el maldito botón.
Habiendo aprendido algo y ya sin las mochilas, nos adentramos a caminar por la parte baja del viejo Québec.
Pasamos por La Fresque des Québécois, un mural de 3 pisos de altura y 420m2 que resume los 400 años de historia de Quebec en una macro pintura. Los niños jugaron a ser parte de la obra y a encontrar objetos escondidos en ella.
La Basse-Ville o parte baja del viejo Québec muestra hoy el asentamiento original con un ambiente más chill. Casitas de piedra, músicos tocando el arpa y toda una paz que se va abriendo a medida que la familia va haciendo paso. La caminata alcanza su pico máximo al llegar a la Place Royale. En esta plaza en 1608 es literalmente donde comenzó todo. Una placita donde podés sentarte a tomar un café exactamente donde hace 400 años los colonos franceses discutían el precio del castor.
Luego se nos dió por cruzar en ferry a la isla Levis. Un trayecto de unos 15 minutos que por unos módicos 26 CAD nos permitió ir y venir.
Desde la cubierta del barco se puede tener una muy buena vista de la ciudad vieja de Quebec, tanto la alta como la baja, teniendo de fondo toda la ciudad moderna. La mejor vista de Québec, no está en Quebec.
Sobre la costa de la isla, unas mesitas con sombrillas nos invitaron a tirarnos un rato y a comer unas patitas de pollo. El camino costero se completa con reposeras de madera, sombrillas y unos 169 chorros de agua que invitan a alguna loca a bañarse y a otra a bailar en el medio de estos géiseres artificiales.
Gente rara... No sólos los homeless hablan solos. Ver a alguien bailando con auriculares en medio de la vereda ya es moneda corriente.
El culo inquieto no nos permitió quedarnos ahí y decidimos subimos por la Escalier Rouge hasta la parte alta de la isla. Como en la mayoría de las zonas altas, los grandes ranchos residenciales se encontraba ahí. Por nuestro lado, la mayor admiración fue la de poder disfrutar de un lugar libre de turistas donde se puede escuchar el soplido del viento y relajarse con el casi silencio.
Ya del otro lado fuimos derecho a nuestra deuda pendiente... Queues de Castor, una patisserie fundada en 1978 que vende unas bombas fritas en forma de cola de Castor que te tapan todos los caños. Doradas y crujientes por fuera, pero aireadas por dentro. Como si no alcanzara, a esa masa grasienta se le agregan distintos toppings. Los chicos pidieron Nutella y M&M, nosotros fuimos por el tradicional de maple. Este postre canadiense se sirve caliente y viene con un timer que se activa al encuentro cercano con el primer baño. Según C... "esto lo tenemos que anotar papa, está re bueno!"
Lentamente fuimos emprendiendo el camino de vuelta hacia el tren que nos llevaría de regreso a Montreal luego de 3 horas.
Después de tanto trajín, los nenes se nos retobaron, así que pasamos por el McDonalds de la estación de tren, les dimos un súper helado y los cargamos de azúcar como para que tiren el último tramo hasta el hotel. A las 23 estábamos en nuestro hospedaje listos para descansar.
Atrás ya estamos empezando a dejar de a poco a Pepe Le Pew.
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