17/12/2025

AS2025 - Día 11 - Koh Tao - 2025-12-17

by N

A las 2:30 de la mañana sonó el despertador y, durante unos segundos eternos, las ganas de estrellar el teléfono contra la pared se apoderaron de mí. Pero pensé en el próximo destino, Koh Tao, respiré hondo y se me pasó.
Los cuatro adultos nos levantamos como zombies y la gran incógnita era qué nos depararía al despertar a las niñeces. Al parecer, la charla previa antes de dormir, esa en la que les explicamos que necesitábamos de toda su colaboración, dio resultado, los cuatro se levantaron sin quejas, aunque con miradas perdidas en el vacío.
A las tres de la mañana salimos de casa y, una vez más, Bangkok nos recordó que es una ciudad que no duerme nunca. Calles en movimiento constante, puestos de comida abiertos como si fueran las seis de la tarde. Mi duda existencial es… esta gente no come en sus casas? Viven a base de street food las 24 horas? Porque no importa la hora que sea, siempre hay alguien comiendo algo.
Dos Bolt después y sin sobresaltos, llegamos a Suvarnabhumi para tomar el avión que nos llevaría a Koh Samui y, luego, ferry a Koh Tao.

Para despabilar un poco a los chicos, desayunaron yogures y huevos duros haciendo picnic en el aeropuerto. Nosotros, en cambio, nos enfrentamos al café más feo y más caro de todo el viaje. Pero cumplió su misión, el shock de cafeína quemada nos devolvió algo de humanidad.
Al subir a nuestro avión nos llevamos una grata sorpresa con Bangkok Airways, una aerolínea boutique tailandesa, aviones chicos, atención genial y detalles que ya casi no existen. Tan de pichi lo mío que creo que es la primera vez en la vida que me dan cubiertos de metal en un avión. El vuelo duró apenas una hora y nos sirvieron un desayuno más que digno; los chicos incluso tuvieron menú kids.
A las 7:20 aterrizamos en Samui. Ya el aeropuerto te pone automáticamente en modo playa, es abierto, con techos de paja y ventiladores. Apenas bajás del avión sabés que de ahora en más te esperan siestas al sol, buceo y birra. O al menos ese es mi mayor deseo.
A las 8 teníamos que tomar el ferry a Koh Tao y, como veníamos jugadísimos de tiempo, no estábamos para practicar el deporte nacional del regateo. Sumado a la experiencia del día anterior, decidimos ir a lo seguro y pagar 5000 THB por una minivan que nos llevó hasta el puerto de Bangrak Pier, y desde ahí el ferry rumbo a Mae Haad Pier, en Koh Tao.
A las 7:59 partimos entre risas, cánticos y felicidad. Pero de a poco las risas se fueron apagando. Mientras el vaivén del speed boat me arrullaba y entraba en una especie de trance, una frase me despertó despavorida. Una vocecita se acercó y dijo: Mamá, me siento mal… quiero vomitar.
Era C. Y a los pocos minutos, ese “quiero” se convirtió en un hecho. Catarata de vómito. Por suerte, la tripulación parecía tener experiencia en estas situaciones y rápidamente aparecieron bolsas y servilletas. Al rato, el malestar dio paso al sueño y C se durmió hasta llegar al puerto. Otros también aprovecharon el movimiento para pegar una buena cabeceada.


Una vez en Koh Tao, caminamos unos diez minutos hasta nuestro nuevo hogar: Koh Tao Hermitage. El check-in era recién a las 12, así que aprovechamos la hora libre y fuimos directo a darnos el primer chapuzón. El agua, a mi gusto, estaba más fría de lo que recordaba; un par de graditos extra hubiesen sido ideales. Igual, ese mar turquesa nunca defrauda.
Después de volver al hotel y desensillar, salimos nuevamente en busca de comida local. Mama Piyawan’s fue el elegido. Se notaba que mamá estaba cansada de atender gente y nos debió la sonrisa tailandesa clásica, pero su comida compensó ampliamente su mala onda.


Seguimos caminando y llegamos a Ban’s Diving, un lugar muy especial para nosotros ya que fue ahí, hace 12 años, donde los cuatro nos enamoramos del buceo. Así que mañana nos espera un refresh dive para poder volver a zambullirnos con nuestra certificación advanced.
La tarde terminó en la playa, entre mojitos, birras y jacuzzis naturales de arena. Teniendo en cuenta que nuestro día había arrancado a las 2:30 de la mañana, podría haber sido un caos total. Pero las bendis nos dieron tregua: jugaron, nadaron y se entretuvieron solas mientras nosotros retozábamos al sol. Y durante muchas horas, no escuchamos la frase de cabecera: Tengo hambre.





Volvimos, nos bañamos y salimos con la firme intención de comer algo y recorrer un poco más la isla. Pero, como ya les conté, el día había arrancado demasiado temprano y las consecuencias no tardaron en aparecer. La primera baja fue M, para sorpresa de nadie y, aunque C intentó resistir un poco más, terminó cayendo también. Eso sí, el aroma a papas fritas fue más efectivo que cualquier despertador, aunque a los panqueques con nutella ya no llegó. Ahora sí, será hasta mañana.

 

1 comentario: