30/12/2025

AS2025 - Día 24 - Phuket - 2025-12-30

by N

Un nuevo día arranca y, milagrosamente, es uno de los pocos que puedo decir que empezó lento. Recién teníamos pedido el taxi para ir al puerto a las 9:15, así que nos despertamos sin apuro y desayunamos tranquilos en nuestro deck, con esa calma gloriosa que solo existe cuando los horarios no te persiguen.
Pero claro, en ese silencio perfecto arrancaron mis pensamientos melancólicos, porque oficialmente empezamos a "dar la vuelta". Hoy dejamos la tranquilidad de las islas para volver al continente. Phuket será nuestra última ciudad de Tailandia y después vendrá el cachetazo térmico del frío de Pekín y, más tarde, la vuelta a Argentina.

 

A mí, unos días antes del regreso, siempre me agarra la clásica "depresión post vacaciones"; esa mezcla rara de nostalgia y negación. Mi amigo G dice que la única cura posible es empezar a planificar otro viaje, incluso mientras todavía estás desarmando la mochila del anterior.
Para las 10 de la mañana ya estábamos dejando la isla. Apenas 30 minutos nos separaban de Phuket y 2400 THB; carísimo si pensás en lo corta que es la distancia.
A las 10:30 llegamos al puerto de Phuket y automáticamente se activó el modo “Taxi Taxi”. Ahí no había chance, bien estilo monopolio "Moyano": un solo precio y cero regateo.
Pedimos un Bolt para ocho y la app marcaba 663 THB, así que ni lo dudamos… salvo por el pequeño detalle de que lo único que conseguíamos eran cancelaciones en cadena.
Yo ya estaba aburrida, transpirada, derretida y a punto de rendirme y pagarle los 1200 al de la chivita (alias, el Moyano Tailandés) con tal de subirme a algo con aire acondicionado. Pero el resto del grupo mantuvo el orgullo intacto y se negó a convalidar la estafa. Así que decidimos huir del puerto caminando, vaya a saber hacia dónde, con un solo objetivo: alejarnos de la mafia y ver si algún Bolt piadoso nos levantaba.
Después de unos diez minutos caminando al rayo del sol llegamos a lo que parecía una avenida y, finalmente, nos aceptaron el viaje. Los que vienen leyendo ya saben que con estas apps nada es fácil porque te aceptan, te cancelan, te piden más o directamente desaparecen. Pero esta vez tuvimos suerte. Cuarenta minutos después, arriba de nuestra minivan, pagamos exactamente lo que decía la app: 663 THB (unos 22 dólares), contra los 40 dólares que nos quería cobrar el Moyano versión Thai. La diferencia en dinero no era lo importante, lo importante es no dejarse estafar. Punto para nosotros (o para los demás, porque yo me hubiera dejado estafar sin culpa).

 

Llegamos a la casa y ahí entendimos que quizá no habíamos tomado la mejor decisión. La casa es muy linda, pero la ubicación dista bastante de ser funcional. Está a una cuadra de una ruta sin vereda, sin semáforo y sin nada que indique que un peatón podría sobrevivir ahí. Todo lo que quisiéramos hacer iba a depender de un taxi, incluso ir al supermercado. El más cercano está a veinte minutos caminando, recorrido que, en la práctica, es imposible sin que te pise un auto.
Como la casa todavía estaba siendo limpiada y no teníamos absolutamente nada para comer, decidimos ir a Patong Beach y a Bangla Road, esa calle que ChatGPT te repite una y otra vez que no deberías pisar, y menos con chicos. Pero ya sabemos cómo funciona esto: cuanto más te dicen que no, más querés ir.
Comimos unas pizzas excelentes en una pizzería llamada Hut (que no es Pizza Hut, pero tranquilamente podría haberlo sido) y después nos metimos de lleno en Bangla Road.
Básicamente todo se resume en una sola foto: un carrito de comida que vende algo frito imposible de identificar, un Burger King estratégicamente plantado, un local de cannabis que aparece cada cinco metros como si fuera una franquicia estatal y, por supuesto, un club de striptease que en tres segundos deja clarísimo que esta no es una calle familiar.

 


Todo junto, todo al mismo tiempo, como si alguien hubiera dicho: “pongamos todos los vicios en este metro cuadrado y veamos qué pasa”.
Después de eso fuimos a la playa de Patong, que es una versión más tropical y completamente desregulada de La Bristol.




 

Playa hay, mar también, pero todo envuelto en un clima permanente de “¿esto es posta?”. Cada metro caminando parecía competir por ser más bizarro que el anterior. Vendedores ofreciéndote vuelos en parapente (mientras los que supuestamente te llevaban fumaban porro con una tranquilidad admirable y se les cruzaban los cables de los parapentes en el aire como si fuera lo más normal del mundo), música electrónica por todos lados y, como protagonista absoluto, el slip ajustado, usado con una seguridad envidiable.
Cada paso era una postal distinta, pero todas gritaban lo mismo: “esto no es para vos”. En Patong todo está a la vista, todo es exagerado, todo es un poco incómodo… y cuando creés que ya lo viste todo, aparece alguien más en un slip mínimo para confirmarte que nunca lo viste todo.
Estoy segura de que a los veinte años me la hubiera dado en la pera ahí sin cuestionarlo, pero hoy, en "modo familia", Phuket no es un lugar que volvería a elegir para venir a la playa. Igual, nos metimos al agua porque corresponde, y más allá de la bizarreada general, intentamos disfrutar.

 

Cuando empezó a caer el sol, volvimos caminando por Bangla en busca de salir del caos, encontrar un súper, abastecernos de víveres y regresar a la tranquilidad del hogar.
Cenamos un rico arroz con atún y nos fuimos a dormir.

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