22/12/2025

AS2025 - Día 16 - Khao Sok - 2025-12-22

by N

Después de la reparación intensiva de sueño, estoy casi como nueva. "Casi", porque sigo con los dos oídos tapados del buceo, pero eso no impidió que a las 7 de la mañana ya estuviera despierta, lista para arrancar el día mientras el resto del equipo dormía profundamente. Tipo 8:30 logramos estar todos en pie y apareció la gran pregunta: Qué hacemos hoy?

Había varias excursiones para elegir y la ganadora fue ir a conocer elefantes e interactuar con ellos. Yo no estaba del todo convencida. Siempre me queda esa sensación incómoda de estar participando de algo medio turbio, con animales en cautiverio solo para entretener humanos. El lugar se presentaba como un santuario, hablaban de bienestar, cuidado, rescate y respeto… pero entre esa opción y hacer trekking por la selva, perdí la votación sin apelación posible. Así que allá fuimos, con mis prejuicios, mi cara de duda y una pizca de fe.

Eso sí, arrancamos el día con una baja importante. M ya estaba casi repuesta, pero ahora le tocó el turno a V, que quedó firmemente abrazado al inodoro y decidió no acompañarnos en esta nueva aventura. El viaje sigue sumando soldados caídos.

El transfer pasó a buscarnos por el hotel. B preguntó si venía una limusina y, aunque nos reímos de su inocencia, cuando vimos la minivan con asientos de cuero, espejos en el techo y aire de VIP, entendimos que no estaba tan perdido.

Al llegar, nos recibieron con un té de flores de un color radioactivo sospechoso, visualmente muy parecido al Pino Lux. En ese preciso momento, B empezó a ponerse blanco y a decir que se sentía mal. Intentó llegar al baño, pero no lo logró. Pequeño detalle de color para la entrada. Pero tranquilos, por suerte los elefantes todavía no comen vómito humano.

Mientras tanto, nos fueron contando cómo funciona el lugar: elefantes rescatados, cuidados veterinarios permanentes, comida a demanda, espacio para moverse y la posibilidad de socializar sin estrés. Incluso trabajan con una fundación que tiene un hospital propio donde atienden gratis a animales heridos. Toda esta información logró bajar un poco mi juicio interno.

Pasamos entonces a prepararles la comida, hecha a base de bananas y suplementos. Algunas, como M, no estaban del todo convencidas de darles de comer en la boca. Otros, como B (ya recuperado del episodio previo), se enamoraron a primera vista de nuestra elefanta asignada, Monsung, y no paraban de darle comida. Igual, estos animales comen alrededor de 300 kilos por día, así que lo nuestro fue apenas un snack simbólico.

 

 

 
 

Después caminamos con ellos para ayudarlos a hacer la digestión y los acompañamos a su baño de barro. Monsung era la más adulta del grupo, con 72 años encima, y también la más vaga, así que no tenía demasiadas ganas de embarrarse. Entre chicos y grandes intentamos ayudarla a quedar bien fresquita, aunque ella claramente estaba en modo “yo ya viví todo, no me rompan”.

Seguimos caminando hasta el río, donde los elefantes se bañaron y también se divirtieron con nosotros. Especialmente la más joven y juguetona, que disfrutó mojando turistas sin culpa alguna; siempre guiada por su cuidador que, cada vez que nos empapaba, le daba una banana de premio. Un sistema de incentivos perfecto.

La última estación fue el famoso Car Wash. Cuando le pregunté a la guía qué era, me dijo: "Ahora lo descubrirás". Y sí, era exactamente eso: elefantes parados entre chorros de agua mientras nosotros los cepillábamos. Un lavadero de autos, pero versión paquidermo gigante.

Terminado el recorrido apareció el clásico “tengo hambre”. Por suerte estaba incluido un beverage con unas frutas y galletitas... las pirañas arrasaron con todo. Mención especial para el jugo de liche que esta vez sí estaba bueno y, milagrosamente, no tenía gusto a desodorante de pisos.

Volvimos al hotel para ver si V se podía sumar, pero no. Seguía tirado y no quiso ni que le lleváramos comida. Así que, esta vez siendo siete, fuimos caminando hasta Smile Dong, donde sumamos un nuevo plato a nuestro menú tailandés: Pad See-Eiw (fideos de arroz anchos salteados con huevo y verduras).

Para bajar lo ingerido, entramos a hacer trekking en el Parque Nacional. El objetivo era llegar a la Wing Hin Waterfall, pero había una carrera contra el reloj porque entramos a las 4 de la tarde, eran 3 km de caminata y en la selva el sol desaparece antes de que te des cuenta.

 

 

Llegamos a la cascada a las 6 en punto. Una hora y media a un ritmo bastante vago, así que zambullida rápida en el río y vuelta urgente, porque la luz ya empezaba a esconderse. De repente no veíamos demasiado el camino, pero por suerte había celulares con batería y linternas que nos salvaron la expedición. No pueden decir que en este viaje falta adrenalina.

Al salir del parque ya picaba el bagre, así que paramos a abastecernos con crepes de Nutella. I, para ese momento, ya no quiso probar bocado porque acusaba dolor de panza... y el diagnóstico se confirmó ni bien llegamos a la cabaña con una nueva catarata de vómitos. Otra baja más.


V seguía firme, aferrado al inodoro, así que fuimos directo a la farmacia estratégicamente ubicada frente al complejo y compramos todo lo que sonara a droga salvadora, cruzando los dedos para que mañana pueda despegarse del baño. Mañana tenemos excursión full day: lago, cuevas, kayak y varias peripecias más.

Veremos si realmente podremos ir los ocho… o si la saga gastrointestinal continúa.


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