by N
Como esto es un "minuto a minuto", la verdad es que no sabíamos bien qué nos depararía el día. Sabíamos que queríamos recorrer los puntos clave de la isla como Maya Bay, Pileh Lagoon, Monkey Beach y alguno más. Pero siendo 25 de diciembre, el panorama era incierto: muchos lugares estaban cerrados y, además, Phi Phi es básicamente intransitable si no es en bote. Caminos hay pocos.
A las 9:30 de la mañana preguntamos en nuestro resort y recién tenían disponibilidad de barco para las 3 de la tarde. Todo el recorrido nos demandaba unas cuatro horas, lo que significaba volver cerca de las 7, ya sin sol. Igual, nos miramos, respiramos hondo y aceptamos el desafío.
Mientras tanto, aprovechamos la playa y el snorkel. Incluso desde la orilla y cerca de las piedras ya se veían cosas interesantes, así que nos divertimos mucho. Una vez más almorzamos en Paradise Pearl, básicamente porque es lo único que existe en nuestra parte de la isla (y porque somos animales de costumbre).
A las 3 de la tarde nos alistamos y partimos en nuestro longtail boat. La primera parada fue Monkey Beach y ahí temimos que todo el paseo fuera en decadencia. Un gentío borracho dedicado exclusivamente a molestar monos para la selfie.
Ahí fue cuando nuestra amiga L, proteccionista de la fauna, empezó a increpar a un ruso borrachón que estaba abusando de los simios. Por un momento pensamos que terminábamos todos a las piñas: B defendiendo a su madre; G (padre de familia abnegado) intentando mediar; y el ruso claramente sin entender nada, no tanto por el idioma, sino por el pedo atómico que tenía.
Por suerte logramos retirarnos sin trompadas y decidimos abandonar esa playa y su típica "turisteada" que solo busca la foto para Instagram.
La segunda parada fue Pileh Lagoon, y ahí todo empezó a teñirse de verde esperanza, aunque las botellas flotando en el agua aún hablaban de lo imbécil que resulta ser el ser humano. Aguas cristalinas, peces de todos los colores y tamaños, y una temperatura perfecta que invitaba a snorkelear hizo que nos olvidáramos un poco de todo lo anterior. Estuvimos un buen rato divirtiéndonos y hasta las más chiquitas se animaron a tirarse del bote y observar con sus antiparras qué había debajo del agua.
Seguimos navegando y llegamos a Loh Samah Bay, que para mí fue, lejos, el mejor lugar del día. Casi solos, mar en calma y vida marina por todos lados. Vimos tiburones (de punta negra, inofensivos pero impresionantes) y rayas, entre otras cosas. B e I descubrieron el mismo amor que nosotros sentimos por el fondo del mar, fascinados con cada criatura nueva.
Cuando ya teníamos los dedos completamente arrugados, seguimos rumbo a Maya Bay, famosa por ser el escenario donde se filmó La Playa. La película protagonizada por Leonardo DiCaprio a fines de los 90, que mostraba una bahía paradisíaca, supuestamente secreta y perfecta, y que terminó convirtiendo este lugar en uno de los más visitados (y sufridos) de Tailandia.
Hoy es una zona protegida: no se puede bajar a la playa desde el agua, solo observarla (o entrar caminando por atrás), como recordatorio de lo que pasa cuando el paraíso se vuelve viral.
Sin embargo, enfrente hay una playita a la que se puede llegar nadando. No es cerca, pero vale totalmente la pena. Incluso C, la más reticente al agua, se animó a la zambullida y nadó casi 100 metros hasta la orilla.
Para ese momento el sol ya empezaba a esconderse, así que sacamos un par de fotos y volvimos nadando al bote para emprender el regreso. Como en toda buena aventura nuestra, no podía faltar un poco de adrenalina: llegamos a la orilla ya de nochecita y con bastante oleaje. Pero todo fue entre risas y, dato no menor: hoy salimos invictos de evacuaciones, así que nos dimos por más que satisfechos.
Con las últimas energías, salimos a intentar sacar algunos "morlacos" de un ATM, ya que mañana buceamos y pagar con tarjeta implica un 7% extra de recargo. Resumiendo: ninguna tarjeta funcionó.
Nota mental importante: cambiar todo el efectivo necesario en Bangkok, que tiene el mejor cambio de todo el viaje. Acá sonaste. Terminamos, una vez más, en Paradise Pearl porque el hambre de los más chicos no permitía caminar 300 metros más para probar otro lugar. Igual, por lo visto tanta hambre no había, porque los fideos con tuco que pidieron no los terminó nadie. El resultado evidente fueron adultos comiendo fideos fríos y después preguntándonos por qué nos intoxicamos.Aunque, para ser justos, los varones más grandes pretendían experimentar con "helado frito", así que no todo es culpa de las criaturas.
Para corroborar que se portaron "tan bien" en la cena (entiendan mi ironía, por favor), los adultos de mentes débiles los castigamos como corresponde: con helados. No nos juzguen, hace 3 semanas que los venimos aguantando 24x7.
Ahora sí, se terminó el día. Mañana una de las duplas sale a bucear. Habrá que resolverlo con un piedra, papel o tijera para ver quién va primero.











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