by G
Es de esperar que en un viaje uno se despierte desconcertado y sin saber dónde está. Lo que no es de esperar es que, a las 2 de la mañana, sientas que están queriendo entrar a tu habitación en el hotel. Alguien del otro lado intentando forzar la puerta suele ser algo raro. Escuchás a L decir "basta, C", pero C está durmiendo al lado tuyo. Todo se vuelve más raro cuando te das cuenta de que el que estaba en el pasillo queriendo entrar era B. Según su versión, había intentado ir al baño en la mitad de la noche y se confundió de puerta. Puerta que, claramente, después no pudo volver a abrir desde afuera.
No dormimos mucho más que eso y para las 5:30 ya la mitad estábamos arriba. Para las 6:30 no quedaba nadie durmiendo. El jet lag no perdona.
Bajar a desayunar y sentir el olor a sopa de algún bicho es sentir que ya pusiste tu pie en China. Una ciudad amplia, con brutos edificios. Una ciudad silenciosa, un poco porque la gente no va hablando a los gritos, y otro poco porque los autos y las motos son todos eléctricos. Una calma que solo se interrumpe por el sonido de la música de las personas haciendo Tai Chi en la vereda o el eventual y gutural aclarado de garganta previo al escupitajo.
Con poca humedad, poco viento y unos -3°C, para eso de las 8:30 estábamos saliendo a la calle. Caminamos por Wangfujing Street, una peatonal súper amplia llena de negocios donde se contrasta el consumismo con la modernidad.

Caminamos por Chang'an, una avenida inmensa como nuestra 9 de Julio, solo que con indicaciones con palitos, garabatos y parlantes haciéndote advertencias en chino. Idioma que, dicho sea de paso, te da la impresión de que te están cagando a pedos todo el tiempo.

Después de 5 cacheos y mostrar el pasaporte 3 veces, logramos entrar finalmente a la Ciudad Prohibida. Lo primero que nos llamó la atención fue la cantidad de jóvenes vestidos como emperatrices, concubinas o guerreros. Cuando todos pensábamos que habíamos caído en un casting de Mulan, resultó ser que se trataba de una moda tradicionalista llamada Hanfu.
El lugar estaba repleto de turistas locales y con casi nada de occidentales, por lo que no paramos de llamar la atención. Más que nada los niños; parece que sus ojos redondos les hacen recordar al anime que suelen mirar. En lo personal, me sentí más observado que la vez que fui a bailar a América. Por suerte, esta vez solo me tocaron la cola una vez, y fue un policía en uno de los cacheos.
La Ciudad Prohibida es el complejo de palacios imperiales más grande y mejor conservado de China. Un gigantesco laberinto de muros rojos y tejados amarillos que funcionó como el centro político y ceremonial por casi 500 años, al que solo podían ingresar el Emperador y sus sirvientes. Y claramente sirvientes no les faltaban, ¡ya que el complejo cuenta con 980 edificios!
A la salida, paramos a comer unos dumplings coloridos para los peques y un ramen para los grandes. Con las últimas energías fuimos al Parque Jingshan y subimos hasta lo más alto. Lugar donde se tiene una vista fabulosa de la Ciudad Prohibida. Una foto increíble que solo podés obtener si te animás a pisarle la cabeza a al menos 14 chinos.
Arrastrándonos y ya sin energía bajamos la colina, comimos unos Tanghulu (esas frutas ensartadas en brochetas bañadas en caramelo) y, con casi 16 km caminados, para eso de las 17 hs estábamos en el hotel. La idea era descansar los pies, pero nos terminamos durmiendo 3 horas. Otra vez el jet lag acomodándonos el cerebro.
A eso de las 20 hs el primer adulto despegó un ojo y, para cuando terminamos de despertar a las mini momias, ya la mayoría de los lugares estaban cerrados.
Sin muchas opciones, terminamos en uno de los pocos restaurantes abiertos. Esquivando platos como cordyceps, pato laqueado y patas de gallo, pedimos lo que creímos contenía pollo, cerdo y algunos fideos. No ver perros, ratas ni gatos deambulando en esta ciudad lo hace a uno pensar mucho al momento de comer... pero abstraerse y no pensar suele ser una estrategia de supervivencia válida.







Brillante lo de B. Jaja
ResponderEliminar