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Para las 8:10, después de un desayuno express, estábamos listos para salir a nuestra excursión incierta. L, tras haber hibernado por tan solo 14 horas, amaneció renovada. Al momento de contratar la salida, la única condición era que no fuera en la playa en la que estábamos y que durara lo máximo posible. Así fue como partimos con nuestro guía y el bidón de nafta a tope, en un longtail boat falto de barniz pero con 2 paneles solares en el techo que sospechamos solo sirven para espantar a los mosquitos.
Los 70 minutos de navegación hacia el norte nos llevaron hacia la Bahía de Phang Nga. En nuestro trayecto nos fuimos cruzando con varios tipos de embarcaciones: desde veleros y lanchas privadas hasta catamaranes exclusivos. Nosotros íbamos en nuestro bote que parecía la balsa de Maui (de Moana): flojo de juntas y al que le entraba agua por varios lados. Por suerte, la bomba que escupía agua para afuera parecía funcionar bien, así que decidimos confiar.
Al principio, el día nublado no nos permitió apreciar el color del agua, pero sí los gigantescos Karsts: esas islas de piedra caliza que salen verticales a la superficie con formas estrambóticas. Vimos una un tanto fálica que se nos complicó explicar a los niños; terminamos diciéndoles que era una mano haciendo 🖕 (una especie de saludo).
Nuestra primera parada fue en Koh Hong. Los Hongs son como cuevas que desembocan en lagunas interiores escondidas (eso significa Hong: habitación). Esas lagunas están dentro de las islas, rodeadas de paredes de roca y manglares. Es como entrar al centro de la Tierra. Los tours exclusivos subían a los turistas a unas canoas donde un Thai les hacía el recorrido cual canal de Venecia, mientras les daba quesitos con una copita de espumante. Nosotros, fieles a nuestro estilo, nos tiramos del bote y fuimos nadando. La experiencia valió la pena (y nos ahorramos el espumante tibio).
Luego paramos en una cueva que llamaban Crane Cave. Una cámara grande y oscura, llena de estalactitas y estalagmitas que daban la impresión de ser helado de crema derritiéndose. Helados que se mezclaban con el vuelo rasante de murciélagos de porte pequeño.
De la mano de nuestro amigo capitán, que no hablaba una sola palabra de inglés pero que tenía una sonrisa con la que explicaba todo, seguimos navegando. Para eso de las 11, el sol había salido por completo y comenzó a calentar nuestros cuerpitos. La luz nos quitó la esperanza de hacer snorkel. Nos dimos cuenta de que la particularidad del agua no se limitaba a nuestra playa: toda la zona cuenta con aguas poco profundas y un fondo de barro. La combinación da un agua "verde sopa" que no deja ver mucho. Definitivamente, estamos en una zona para mirar para arriba y no debajo del agua.
Navegamos hasta Khao Phing Kan y la mítica James Bond Island, donde hay una roca particular que salió en una película que ninguno de nosotros vio (El hombre de la pistola de oro, de 1974). Esta familia es de la generación Bond de Pierce Brosnan y Daniel Craig. Para nosotros, es una roca más de este gran paisaje. Los Thai se avivaron y la transformaron en un Parque Nacional al que te cobran entrada. Como resultado, el lugar se llena de yates escuchando hip hop y gente comprando llaveros de pistolitas doradas. Nosotros optamos por sacar la foto de lejos y seguimos rumbo.
Pueblo Flotante (Koh Panyee). Una locura arquitectónica: un pueblo entero (casas, mezquita, colegio) construido sobre pilotes en el agua, pegado a una roca gigante. ¡Tienen hasta una cancha de fútbol flotante!
Paramos a comer en Maria Sea View. Sin posibilidad de alcohol ni cerdo (seguimos en zona musulmana estricta donde no hay provision ni para los turistas), nos limitamos a pedir unos Shrimp Pad Thai, arroz con pollo y castañas, y langostinos rebozados. Para los chicos, unos spaghetti carbonara (lo único que aceptaron del menú).

Después paseamos por el mercadito donde te venden ropa, perlas, artesanías de madera, caracoles y todo tipo de souvenirs. L, entre otras cosas, se llevó unas perlas que, después de morderlas y prenderlas fuego cual pirata certificando un botín, se "convenció" de que no eran de plástico. Nos llamó la atención la cantidad de pájaros enjaulados que tienen un copete negro puntiagudo (tipo un peinado punk o mohicano) y unas manchitas rojas en la cara. Se llaman Nok Krong Hua Juk y los usan para competencias de canto. Estos pibes sí que saben divertirse.
De vuelta, paramos en Koh Roi, una isla con una cueva que te da acceso al interior selvático (lleno de murciélagos gigantes, dicho sea de paso). La última parada fue 3 Rocks, dentro de la bahía de Koh Kudu Yai: una laguna con tres rocas alineadas que dan la impresión de ser colmillos de un dragón.
Y así nos pasamos la tarde, con sol y saltando de islita en islita hasta las 17 hs, cuando volvimos. Pileta mediante, 3 Singhas heladas, una cena y a dormir.
Mañana nos vamos hacia Phuket!









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