Nuestro primer día en Koh Tao arrancó relativamente temprano. Hoy es el día del refresh de buceo (proceso obligatorio cuando pasas más de un año sin sumergirte) y, como venimos con niños, decidimos que la mejor estrategia era tomar turnos. Para no arriesgar a dejar a ningún niño sin padres, nos dividimos: hombres por un lado y madres por el otro.
A los hombres nos tocó el primer turno, el de las 9:00, y en nuestro caso todo transcurrió bastante smooth.
Al mediodía almorzamos en un parador en la playa. En la mesa: unas rabas, un pollo frito con castañas de cajú y otro con pimienta y ajo. Para los chicos, pastas con tuco... por segundo día consecutivo.
Luego fue el turno de las chicas, pero su refresh no resultó tan armonioso. Los hombres estábamos ahí, "haciendo nuestras cosas" (en la nothing box mientras controlábamos por momentos nuestras cervezas y por otros a los niños), cuando nos llegó un mensaje de N: "A L se la llevaron al médico". A pesar de la alerta, resultó ser algo mucho más naive: en el cuestionario de salud, donde uno sabe que tiene que poner "NO" a casi todo, L consideró oportuno mencionar que tenía migrañas. Como resultado, terminó en una clínica para un chequeo médico preventivo.
Un viejo dicho dice que uno no debería volver a aquel lugar donde fue feliz... y menos si fue feliz sin hijos. Por suerte, ese dicho no se cumple en nuestro caso. Esta islita que conocimos hace 12 años parece haberse quedado en el tiempo. Nada parece haber cambiado en el lugar donde nosotros cuatro nos quedábamos hasta las 9 de la noche tirados en la playa tomando unas Singhas. Solo nosotros y nuestro contexto cambiamos. Y si bien hoy hay cosas que no podemos hacer (como alquilar una motito para dar vueltas por la isla), el espíritu relajado que alguna vez nos cautivó parece haber contagiado a nuestros niños.
Koh Tao es, al fin y al cabo, una isla hippie-chic donde se respira buceo. Viene gente de todo el mundo a certificarse porque es, probablemente, el lugar más barato de la tierra para hacerlo. 29 USD por inmersión es algo que no se consigue en ningún otro lado.
Nuestra tarde transcurrió en Sairee Beach, la playa principal. Es el centro neurálgico: desde donde salen los botes a bucear y donde, por 80 THB, tenés un chop de cerveza helada. Dos motivos suficientes para elegirla como nuestra base para los próximos días.
Viendo los botes que te acercan a los barcos, no dejo de sorprenderme con los motores de estos long-tail boats. Son una obra maestra de la ingeniería "atada con alambre". No son motores náuticos; son Frankensteins mecánicos. Sacan el motor diésel de una vieja Toyota Hilux, un Isuzu o un camión Hino, le sueldan una estructura de metal casera y lo montan en el bote. Así te mueven de un lado al otro, escupiendo aceite y haciendo un ruido bárbaro con escape libre.
Pero eso no opaca la escenografía, al contrario: le da un toque especial a esta playa cuyos atardeceres nos cautivaron aquella vez y hoy volvieron a hacerlo.
Por la noche, tras un intento fallido de salir a comer con los chicos, terminamos comprando unas patitas de pollo en un puesto callejero y comida local para llevar. Los más grandes terminamos disfrutando el festín en la puerta de las habitaciones mientras los niños finalmente duermen.
¡Mañana nos espera nuestro primer día de buceo real!


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